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  • Foto del escritorDaniela Escobar Lupo

Hablo por mi diferencia: las crónicas de Pedro Lemebel y la militancia desde la escritura del cuerpo



Análisis de Loco afán desde una perspectiva interseccional y como saber situado


El trabajo de Pedro Lemebel se desarrolla desde la escritura, en este caso de crónicas literarias basadas en su propia experiencia como artista visual y performático durante la dictadura de Augusto Pinochet. El libro Loco afán: crónicas de sidario fue publicado por primera vez en 1996, algunos años después del final del gobierno militar. Este libro reúne 31 crónicas que se basan en sus vivencias y las de sus amistades, tanto en el contexto de lo que él denomina el “travestismo prostibular”, como de las instalaciones artísticas de Las yeguas del apocalipsis. Parte transversal de su propuesta incluye la música popular, las acciones políticas y el sida, la epidemia de los homosexuales travestis que ejercen la prostitución, sus amigos y compañeros de lucha y acción artística. Asimismo, sus crónicas están marcadas por su activismo desde la izquierda.


Otro texto que en este ensayo se utiliza para rescatar la voz de Lemebel es la serie Desde mi ciudad, serie dedicada a colocar a un escritor de Chile en diversos puntos de la ciudad de Santiago. En el recorrido, Lemebel reconstruye la historia de su habitar en barrios para él icónicos, como La Vega, el mercado localizado en el sur de Santiago. También rememora la calle San Camilo, espacio donde comienza a dar sus primeros pasos en el performance artístico del travestismo prostibular. Varios de los recuerdos que menciona en el capítulo 10 de la serie aparecen también en las crónicas de Loco afán, sobre todo las referidas a sus amistades, a sus compañeros y a sus luchas desde el cuerpo. Sus cuerpos se asumen desde múltiples dimensiones: es el espacio donde habitan la diferencia, son homosexuales, son travestis que se visten como actrices del Hollywood de antaño; el cuerpo también es escenario de sus instalaciones artísticas y políticas; es sacrificado, asimismo, en la militancia de izquierda durante las dictaduras, ya sea golpeado, torturado o consumido por los militares desde la prostitución; en última instancia, es campo de batalla para una epidemia que comienza afectando a la comunidad homosexual de las ciudades, la última gran enfermedad del siglo XX, el sida.

Al recuperar sus experiencias autobiográficas, Lemebel rescata sus propios saberes, su memoria y sus experiencias para utilizarlos como un instrumento político de lucha. Recuerda las intervenciones de sus cuerpos no normados y en su escritura los reinterpreta y resignifica para conectarlos con su militancia política. El arte que él reivindica está comprometido con el pobre y el oprimido, se coloca de lado de los que, como él, han vivido hambre y represión. Esta construcción de sí mismo puede tomarse como una especie de ejemplo del uso de la biografía como instrumento etnográfico, incluso como autoetnografía con enfoque artístico y transgresor. Al no ser un escritor académico, sino empírico, es importante destacar su capacidad de autoetnografiar los episodios de su vida para relacionarlos con la lucha de todo el pueblo chileno. En el libro de crónicas destaca las acciones y las experiencias en contra de la represión dictatorial, pero en la serie-documental también reflexiona sobre el embate de la concertación neoliberal post dictadura y lo que significa la opresión del neoliberalismo sobre la población empobrecida y adormecida por el falso ideal del consumismo.


Manifiesto (hablo por mi diferencia)


Acaso el texto que mejor ilustra el carácter no solo autoetnográfico de la obra, sino también la militancia política desde su ser homosexual de izquierda es el texto Manifiesto (hablo desde mi diferencia), que “fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile” (Lemebel, 2000: 86). En él se sitúa desde los saberes que le proporcionan su búsqueda por la justicia social, que se identifica con la ideología política de la izquierda, y su ser homosexual. Hace alusión a la represión de homosexuales en Cuba y a la expulsión del poeta Allen Ginsberg de Cuba por manifestar abiertamente su homosexualidad frente al régimen homofóbico de Fidel Castro.


No soy Ginsberg expulsado de Cuba

No soy un marica disfrazado de poeta

No necesito disfraz

Aquí está mi cara

Hablo por mi diferencia

Defiendo lo que soy

Y no soy tan raro

Me apesta la injusticia

Y sospecho de esta cueca democrática

Pero no me hable del proletariado

porque ser pobre y maricón es peor

Hay que ser ácido para soportarlo (82).


El manifiesto está presentado en verso y él mismo se constituye como la voz poética del poema, es decir, se retoma a sí mismo como tema; además, no es casual que este texto sea leído en una performance artística de protesta contra la homofobia en los movimientos de izquierda con la cara pintada con la hoz y el martillo del comunismo. En él explica en detalle las opresiones que debe sufrir como hombre pobre y homosexual, como hombre diferente. A la pobreza, ser “maricón” añade fuerza opresiva, la cual solamente puede soportarse desde la “acidez”, es decir, siendo corrosivo y crítico, haciendo evidentes las grietas por las que gotea la incoherencia de la injusticia. Despojado de disfraces y máscaras, exhibe la diferencia que lo hace único y se entrega todo tal cual es.


En el manifiesto, Lemebel cuestiona la hombría que se enarbola como el ideal del revolucionario de izquierda, una valentía que perpetúa una masculinidad militarizada y que exhibe repudio por un hombre feminizado. Esta masculinidad militarizada se reproduce en el padre, autoridad del hogar, que debe avergonzarse de un hijo tan “amanerado” y la madre trabajadora, “de manos tajeadas por el cloro/ Envejecidas de limpieza” (82). Esas manos, además, cuidan del enfermo con una ternura que resulta siendo más revolucionaria que la propia militancia. Sin embargo, esa vergüenza familiar, social acaso, lanza burlas hacia su cuerpo como dardos que lo hieren: “Tengo cicatrices de risas en la espalda” (84). Su existencia marcada por la diferencia es peligrosa para cualquier régimen, el dictatorial, el revolucionario o el democrático; la risa es el arma que le invalida el cuerpo y la lucha, lo ridiculiza y logra hacerlo invisible. Alude en varias de sus afirmaciones al hombre nuevo de la revolución cubana, contra el cual atentaba cualquier acto aburguesante u homosexual. El mismo arte era visto por los comités revolucionarios como frivolidades que no estaban comprometidas en la construcción de este hombre. Ante este hombre nuevo, el arte de un “marica” es un atentado al cual solo la risa puede destruir.


El ser homosexual de izquierda es percibido por la izquierda homofóbica como un atentado a sus valores y su moral: “Aunque después me odie/ Por corromper su moral revolucionaria/ ¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?/ Y no hablo de meterlo y sacarlo/ Y sacarlo y meterlo solamente/ Hablo de ternura compañero/ Usted no sabe/ Cómo cuesta encontrar el amor/ En estas condiciones” (84). Puede apreciarse que la ternura y el cariño que reivindica el autor en el texto, en un mundo dominado por militares y por adoctrinamientos, se relaciona directamente con lo que Donna Haraway constituye como vínculos afectivos que trastocan el mundo mercantilista y militarizado. Esa es la revolución que Lemebel reivindica, el colectivo solidario que entrega sus pocas pertenencias con tal que la amiga con sida pueda enterrarse dignamente, el artista de los pobres que lleva un poco de glamour a la calle San Camilo, “una parodia de Brodways en el barro de la sodomía latinoamericana” (34). Es singularmente llamativa la relación entre el repertorio de acción colectiva, no solo como Pedro Lemebel sino desde Las yeguas del apocalipsis, con la propuesta de Sandra Harding cuando explica los alcances de la teoría del Punto de vista en los grupos que viven opresión:


"Por último, la teoría del Punto de vista trata más sobre la creación de conciencia grupal que sobre cambiar la conciencia de los individuos. Cada grupo oprimido debe llegar a comprender que cada uno de sus integrantes está oprimido porque él o ella son miembros de ese grupo —negro, judío, mujer, pobre o lesbiana—, no porque él o ella, individualmente, merezca ser oprimido. La creación de conciencia grupal se da (¿siempre y exclusivamente?) a través de las luchas políticas liberadoras que son necesarias para obtener acceso y llegar a la mejor concepción de la investigación para las mujeres u otros grupos oprimidos, entre los demás objetivos de tales luchas" (Harding, 2010: 52).


Más adelante, Harding añade que el compromiso de estos grupos es con formas prodemocráticas, que en el caso de Lemebel no podría ser más acertado. El compromiso del autor es, frente al abuso y la violencia que sufre su ser sexuado y feminizado, sacrificar el cuerpo: “Ser cobarde es mucho más duro/ Yo no pongo la otra mejilla/ Pongo el culo compañero/ Y ésa es mi venganza” (Lemebel, 2000: 85).

Al final del poema, Lemebel marca su verdadero compromiso de lucha, el compromiso con la comunidad homosexual o travesti, que él relaciona a través de una metáfora del habla popular con un ave que no puede volar: “Hay tantos niños que van a nacer/ Con una alita rota/ Y yo quiero que vuelen compañero/ Que su revolución/ Les dé un pedazo de cielo rojo/ Para que puedan volar” (86). Esa “alita rota” es la expresión que popularmente se utiliza para calificar despectivamente a los hombres homosexuales, pero Lemebel en un giro poético es capaz de construir una imagen de esos niños, para los cuales sueña un movimiento de izquierda que no los repudie, castigue o torture por su orientación sexual o por la manera en que expresan su sexualidad o su género. El vuelo que desea para los futuros niños significa también una conexión de ternura y aceptación. La revolución de Lemebel no debe discriminar más que a los que repudian la diferencia, a los que desean homogenizar o mercantilizar los cuerpos, a los que no aceptan la diversidad y la fuerza de los grupos oprimidos.


Finalmente, en el poema también se refiere al amor en tiempos del sida, que él denomina una lepra, la manera en que se complejiza encontrar esa ternura en los cuerpos patologizados y rechazados por la sociedad. Pero otras referencias a los embates del sida para la lucha política se encuentran en la crónica que da nombre al libro, Loco afán:


"Desde un imaginario ligoso expulso estos materiales excedentes para maquillar el deseo político en opresión. Devengo coleóptero que teje su miel negra, devengo mujer como cualquier minoría. Me complicito en su matriz de ultraje, hago alianzas con la madre indolatina y «aprendo la lengua patriarcal para maldecirla». (…) Ese loco afán por reivindicarse en el movimiento político que nunca fue, quedó atrapado entre las gasas de la precaución y la economía de gestos dedicados a los enfermos.” (114-115).


Así, opresión y deseo político se confunden y disfrazan; iguala la opresión de su comunidad con el ser femenino, reconoce su “matriz de ultraje” y se hace cómplice de la mujer que sufre. También es consciente de que esa mujer indígena debe aprender a utilizar las armas con las que es oprimida para aspirar a derrumbarlas. Sin embargo, el movimiento político que aspiraba a destruir esas opresiones desde la diferencia de los cuerpos fracasa a causa de la epidemia, naufraga y es tragado por la enfermedad y luego por la edulcoración de sus luchas, una vez que la dictadura termina y Chile vuelca sus ojos al adormecimiento del capitalismo y el neoliberalismo.


Los textos autobiográficos de Lemebel, así como la manera en que su cuerpo encarna la lucha por la justicia social, toma varias formas de expresión y se realiza desde distintos niveles y esferas. Lo hace desde la escritura como desde la performance artística; Pedro Lemebel coordina la manera en que su cuerpo expresa lo que su escritura afirma. Encarna un lugar y un saber específico desde el cual derrama rebeldía y grita por justicia. Ese lugar desde donde nos habla está teñido de múltiples opresiones que atañen tanto al cuerpo como a la diferencia entre cuerpos no hegemónicos. Él sabe que la gente rechaza a priori lo que es diferente y lo tacha de enfermo o simplemente lo tolera, como quien tolera un ruido desagradable o un clima extremo. Esa tolerancia, esa aceptación “light” es golpeada por la imagen que el escritor proyecta de sí mismo. Ese cuerpo de hombre suave, grácil, pero también fuerte e imponente cuestiona la manera en que nuestros cuerpos se entregan pasivamente a la opresión del sistema en que vivimos. Ante la ausencia de una dictadura que explícitamente aprese nuestros cuerpos, la lucha que corresponde ahora se hace más necesaria que nunca, la opresión se disfraza de nuevo de homogenización forzada. Cualquier cuerpo que no entre en la horma debe reconceptualizarse y disfrazarse para ser homogéneo en la heterogeneidad.


Así, lo que para Lemebel es un objeto de lucha liberador, para mí o para las mujeres que buscan no pertenecer a la horma de la sociedad pueden significar opresión: los zapatos de tacón. En Trazo mi ciudad el autor los denomina tacos políticos, los constituye como un lugar de habla. Estos son un discurso, una forma de defensa que comparte con el travestismo prostibular. Un hombre que utiliza tacos es rebelde, evidencia su rebeldía de manera visual. En ese sentido, la ropa con brillos y plumas, el maquillaje y todo aquello con que se recubre el cuerpo es también una forma de lucha. Esa hombría alternativa, que se identifica con el ser oprimido no solo de la mujer, sino también del pobre y del enfermo, se reconoce como un desecho de la sociedad, tanto totalitaria como democrática, pero se valoriza a sí misma. Se muestra frente al mundo tal cual es, lo que presupone una fuerza enorme para enfrentar miradas y represiones, críticas y repudios y se sigue mostrando. No cabe duda que su lucha inspira a todas las personas que no siguen la norma homogeneizante de los cuerpos, aunque nos hayan hecho pensar que debemos esconder nuestra diferencia y avergonzarnos de ella. Sea por una cuestión de peso corporal, de falta de recursos, de cabello, de un miembro del cuerpo, de un sentido, del habla, el cuerpo diferente es oprimido pero es, también, un arma de lucha.


Bibliografía


  • Harding, Sandra (2010) ¿Una filosofía de la ciencia socialmente relevante? Argumentos en torno a la controversia sobre el Punto de vista feminista en Investigación feminista epistemología metodología y representaciones sociales. Ciudad de México: Clacso.

  • Lemebel, P. (2000). Loco afán. Crónicas de Sidario. Barcelona: Anagrama.

  • Meneses, J. P. (director) (2011, 29 de mayo). Trazo mi ciudad (temporada 1, capítulo 10). Canal 13. Santiago de Chile.




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